¿Cuántas horas al día pasas viendo la televisión?
¿Cuándo fue la última vez que cualquiera de nosotros DE VERDAD hizo algo para conseguir lo que quería?
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que cualquiera de nosotros NECESITÓ algo de lo que QUERÍA?
El mundo que conocíamos ya no existe.
El mundo del comercio y las necesidades superfluas ha sido reemplazado por un mundo de supervivencia y responsabilidad.
Una epidemia de proporciones apocalípticas ha barrido la Tierra haciendo
que los muertos se levanten y se alimenten de los vivos.
En cuestión de meses la sociedad se ha desmoronado,
sin gobierno,
sin supermercados,
sin correo,
sin televisión por cable.
En un mundo gobernado por los muertos, por fin nos vemos obligados a empezar a vivir.
The walking dead (titulo original de la colección norteamericana) es
sin ningún género de duda la mejor serie actual en curso, pero no solo
de esta década, sino también de buena parte la anterior, cuando inició
su andadura. Sí, amiguetes, esta semana estamos ante otra de esas
afirmaciones lapidarias propias (y van…) que suelo soltar.
Creo que poca gente no estará al corriente de la historia que se
desarrolla en las páginas de este excepcional cómic o en su homólogo
televisivo, pero no está de más recordar que la trama se centra en el
policía Rick Grimes y el devenir de su familia y de un puñado de
supervivientes en un mundo que de la noche a la mañana aparece infectado
de un virus que transforma al 99% de la población en zombis caníbales
susceptibles de montarse un aperitivo con tus tripas sin necesidad de
haber fenecido previamente. Lo que tal vez pocos sepan es que su
creador, Robert Kirkman (EE.UU, 1978), engañó miserablemente a la
editorial cuando presentó el proyecto, haciéndoles creer que a lo largo
de la serie se descubriría que la epidemia venía causada por un ataque
alienígena del espacio exterior con fines a conquistar la Tierra y
blablablabla…La trola hizo su efecto entre los responsables de dar luz
verde al proyecto, y para cuando quisieron darse cuenta, el fenómeno era
tan imparable que no podían vetar el propósito original de Kirkman, que
no era otro que el de desarrollar una serie coral, un culebrón de
continuidad indeterminada donde los actores protagonistas son los
supervivientes humanos y el modo en el que interactúan entre ellos.
Los zombis, aunque importantes, son una mera excusa para enganchar al
público a la historia, un difuso paisaje de fondo que por increíble que
parezca solo aparece muy de tarde en tarde en los tebeos, llegando a
publicarse varios de ellos sin que aparezcan por ninguna parte. Son una
amenaza latente eso sí, pero una auténtica minucia si los comparamos con
las atrocidades que deben cometer los protagonistas para asegurase su
propia supervivencia; porque de eso es precisamente de lo que trata Los
Muertos Vivientes, de supervivencia en su grado más extremo. Tal es la
dureza de la historia que no pocas veces me he quedado clavado durante
la lectura soltando un sonoro “¡hostias!” ante un pasaje concreto o una
situación delicada; como cuando para impedir que arrastre con ella a su
hijo Carl hacia una horda de zombis hambrientos, Rick tiene que cortar
de dos hachazos la mano del rollete de una noche que suplica auxilio al
ex policía para no ser devorada junto a su propio hijo…brutal.
El apartado gráfico del cómic también tiene su miga, y la polémica
respecto al dibujante más adecuado para encargarse de la historia oscila
entre los defensores acérrimos (entre los cuales me incluyo) del
creador original de la saga, el perfeccionista hasta el extremo, pero
desafortunadamente también lento de cojones Tony Moore (EE.UU, 1978),
motivo por el que Kirkman le despidió de la colección; y el eficiente
pero más sucio Charlie Adlard (Reino Unido, 1966) quien es actualmente
el dibujante titular de la serie apoyado por Cliff Rathburn, encargado
de “colorear” sus lápices con una más que interesante gama de grises. No
es que Adlard lo haga mal, hay que decir en su descargo que sus páginas
de diálogos entre personajes, sin acción pura y dura, son toda una
delicia, y que sus zombis son lo suficientemente asquerosos, que de eso
se trata; lo que pasa es que el primer y único arco argumental de Moore
es tan condenadamente bueno que venimos baremando el trabajo actual
según el rasero establecido por el anterior hace ya diez años. Y claro,
si a uno le dan caviar para desayunar y después le sirven mortadela en
el almuerzo, pues pasa lo que pasa, que por mucho que nos guste la
mortadela, nos gustaba más lo otro, que seremos frikis, pero no tontos.
Estoy convencido de que a estas alturas quien más quien menos también
habrá visto algún capitulo de la exitosa serie de televisión basada en
el formato original en viñetas. Hay que reconocer que no está nada mal,
especialmente la primera temporada dirigida por el mismísimo Frank
Darabont (Cadena Perpetua. La milla verde), un fan incondicional de los
zombis y en particular de la espeluznante versión sesentera ideada por
George A. Romero en la peli de culto La noche de los muertos vivientes.
Tampoco es menos cierto que capítulo a capítulo y temporada tras
temporada a trama se va alejando cada vez más de la historia narrada en
los cómics, con personajes que aparecen o desaparecen aleatoriamente de
la trama (algunos de ellos ni siquiera se han dejado caer por ella
todavía), situaciones novedosas no explicadas con anterioridad o saltos
indiscriminados en el espacio-tiempo argumental que nos descolocan un
poco a los fieles seguidores del tebeo.
Tanto da, aún así la calidad media de la serie sigue siendo muy
elevada, y parte fundamental de ello es que el propio Kirkman sea uno de
los guionistas de peso de la misma. Es más, según sus propias
declaraciones, utiliza los textos televisivos para dar salida a ideas
descartadas en su momento, dando voz a personajes que tal vez
desaparecieron prematuramente y aun tenían más cosas por decir. Es como
una segunda oportunidad que le permite explorar los vericuetos y
consecuencias de decisiones que en su día no plasmó en la colección
regular. Aún así, las líneas maestras de la trama televisiva siguen
siendo fácilmente reconocibles en los cómics, y viceversa, teniendo
mucho cuidado, eso sí, de no cambiar la idiosincrasia de los personajes
protagonistas sobre los cuales recae la responsabilidad, tanto en un
formato como en otro, de cargar con el peso de la historia.
En ese aspecto ha sido muy meritoria la labor de los directores de
casting a la hora de seleccionar actores para los papeles, por poner
solo unos ejemplos, de Carl (el hijo de Rick Grimes); el recientemente
desaparecido Glenn (¡toma spoiler!) el asiático conseguidor de lo que
sea necesario; y por encima del resto, de la espectacular espadachina
afroamericana Michonne, la incorporación reciente al formato televisivo
más celebrada por parte del fandom por su fidelidad al personaje
original…aunque también hay que decir que otros personajes como Andrea o
el Gobernador no han salido tan bien parados respecto a sus homólogos
en papel.
Por ponerle una única pega al cómic, criticaría el formato escogido
en nuestro país para la publicación de la saga original norteamericana
de candencia mensual, que a estas alturas ya ha sobrepasado ampliamente
las cien entregas. No se por qué, aquí nos vemos obligados a esperar
volúmenes semestrales que engloban un arco argumental completo. Resulta
absurdo; más si tenemos en cuenta que estamos ante un tebeo que vende
millones de ejemplares en todo el mundo y centenares de miles en nuestro
suelo patrio, lo que haría rentable a todas luces una publicación al
mismo ritmo que la original. Los escuetos tomos de seis números cada
medio año nos saben a poquísimo, y para aquellos que quieran hacerse con
la saga al completo desde un principio ya existen multitud de
recopilatorios mucho más extensos.
Sea como fuere, Los muertos vivientes es una serie que goza de muy
buena salud, tanto en televisión como en cómic, y afortunadamente no
tiene visos de decaer a corto plazo para disfrute de nos, los frikis.
Lluís Ferrer Ferrer
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