Estamos en 1985, inmersos de lleno en plena guerra fría. El reloj
ficticio en el que las 12 de la medianoche marcan el holocausto nuclear
se sitúa en la antesala del desastre, a sólo cinco minutos, y contando,
del inevitable desenlace. Es entonces cuando una mente privilegiada
ejecuta un plan maestro que ocasionará la muerte a docenas de millones
de personas en vistas a un bien mayor, el de salvar a miles de millones
otorgando un enemigo común e inesperado a Estados Unidos y la Unión
Soviética, que zanjarán sus diferencias para hacer frente a la amenaza
creada artificialmente mediante el engaño con un único propósito, el de
que ambas superpotencias se alíen dando lugar así a un prolongado
periodo de paz.
Este sería a grosso modo el argumento del mejor cómic jamás publicado
de todos los tiempos; pero es mucho, muchísimo más, lo que discurre en
las páginas de Watchmen ante la atónita mirada del lector.
Creada originalmente como una maxiserie limitada de doce números, la
obra magna de Alan Moore (Reino Unido, 1953) pronto toma cuerpo de
novela gráfica en cuyos inicios se nos explica la historia de los Minutemen,
superhéroes primigenios sin poderes que aparecieron a finales de los
años treinta vestidos de forma llamativa para luchar contra el crimen de
forma más o menos interesada. Años más tarde se intentaría refundar el
grupo con un nuevo relevo generacional, y algunos de los héroes pasarían
a trabajar directamente bajo las ordenes del gobierno encabezado por un
Richard Nixon que enlazaría un mandato consecutivo tras otro (en 1973
aparecieron dos periodistas apellidados Bernstein y Woodward muertos en
un garaje, pero el asunto no pasó a mayores), resultando ser muy útiles a
la hora de dar la victoria a los Estados Unidos en conflictos armados
como la guerra de Vietnam. Pero una ley promulgada en 1977 frena en seco
la actividad de los justicieros, prohibiéndoles ejercer como tal en una
sociedad que se pregunta quién vigila a sus vigilantes (quis custodiet ipsos custodes?)
y que cada vez desconfía más de ellos a consecuencia de los abusos de
autoridad y desmanes cometidos por varios de sus componentes. Abocados a
la clandestinidad, los protagonistas no tienen más remedio que revelar
públicamente su identidad secreta y cesar en sus actividades…hasta que
uno de ellos aparece asesinado y algunos de sus ex-compañeros reverdecen
laureles intentando dar con el culpable.
La propuesta inicial presentada a D.C Comics por Moore y el dibujante
Dave Gibbons (Reino Unido, 1949) tras el encargo el encargo inicial de
la compañía fue rechazada por el entonces editor en jefe Dick Giordano
por considerarla demasiado radical. Los autores desarrollaban la
historia con los personajes de la editorial Charlton Comics, absorbida
en su momento por D.C, pero el tratamiento dado a los mismos
imposibilitaba su utilización en el futuro por parte de la compañía, con
lo que Giordano replanteó su encargo al equipo creativo, conminándoles a
que utilizaran personajes originales de creación propia. El resultado
final dio lugar a una meticulosa deconstrucción y consiguiente
reconstrucción posmodernista de los superhéroes en la que son
inmisericordemente destronados de su posición de privilegio para pasar a
convertirse en diana de todas las críticas por sus actitudes moralmente
volubles, políticamente sospechosas, mentalmente perturbadas o
sexualmente incompetentes, siendo expuestas en toda su crudeza las
debilidades de todos y cada uno de ellos.
El tratamiento dado por el autor a sus personajes derivó en una nueva
corriente y forma de crear y entender los cómics de superhéroes por
parte de todas las compañías del género habidas y por haber, tal fue su
enorme influencia, y desde ese momento todas sus franquicias
superheróicas se embarcarían con mayor o menor fortuna en toda suerte de
aventuras más oscuras, cínicas y carentes de la habitual jovialidad y
desenfado de sus protagonistas embuchados en coloridos uniformes.
Moore da muestras de su enorme talento como escritor consiguiendo que
empaticemos con personajes de marcado carácter ultraconservador como el
indigente Rorschach, mi preferido aun a pesar de estar zumbao como una
chota, único superhéroe en activo a pesar de la prohibición cuya
habilidad consiste en utilizar como arma cualquier cosa que tenga a su
alcance. Sobre él recae la responsabilidad de desenmarañar el principal
hilo conductor de la trama basado en la investigación del asesinato de
El Comediante, mercenario fascista donde se precie y único militante de
las dos formaciones de los Minutemen que siempre trabajó
auspiciado por los gobiernos más reaccionarios de su país, ya fuera
asesinado a sangre fría a elementos subversivos de gran calado o
derrocando gobiernos democráticos en el extranjero para implantar otros
más afines a los intereses del imperio. Rorschach consigue convencer a
los retirados Espectro de Seda, hija de una de las componentes de la
formación original, y al segundo Búho Nocturno, un personaje insulso y
pusilánime que solo vive para recordar tiempos pasados, para que vuelvan
a la acción ayudándole en su investigación para dar con el asesino del
Comediante y conocer sus motivaciones.
Por otra parte tenemos a Ozymandias, el hombre más pagado de si mismo
pero también el más inteligente del mundo, que tras la prohibición
diversificó sus negocios hasta convertirse en la persona más rica del
planeta. Y por último, el Dr. Manhattan, el único con superpoderes
reales adquiridos tras un desastroso accidente atómico. Su endiosamiento
progresivo y la habilidad para viajar en el espacio y en el tiempo le
hacen perder todo interés por la raza humana y su inevitable destino, al
menos hasta que una afortunada e improbable coincidencia de
proporciones infinitesimales relacionada con su ex-pareja, Espectro de
Seda, le hacen tomar cartas en el asunto, convirtiéndose con sus
continuos saltos temporales al futuro y al pasado trufados de
repeticiones recurrentes en el segundo narrador de la historia junto a
Rorschach.
Y por si fuera poco, Moore añade al ya de por sí complejo entramado
narrativo un cómic de piratas (!) completamente independiente que bajo
el título de Los relatos del navío negro es leído por uno de los
personajes secundarios, yuxtaponiéndose a la narración original; un
memorable ejercicio de metaficción posmodernista que convierte a Watchmen en una obra seria e intrincada que consiguió colarse en el listado de la revista Time elaborado en 2005 como una de las 100 mejores novelas publicadas desde 1923 hasta hoy, la única de ellas en formato gráfico y la primera en hacerse también acreedora en 1988 de un Premio Hugo destinado
originalmente a la literatura de ciencia ficción convencional, así como
multitud de galardones específicos del género como los Eisner, Kirby o Harvey.
La aportación del dibujante Dave Gibbons está supeditada a la grandiosidad del guión original. Watchmen no
es un cómic apropiado para experimentar con florituras visuales que
solo entorpecerían el ritmo narrativo generando confusión al lector.
Gibbons lo comprende desde el primer instante, y estructura sus páginas
en un férreo formato de nueve viñetas de idéntico tamaño, trastocado
excepcionalmente en unas pocas secuencias de acción. La opción pudiera
parecer anodina, pero se revela como la más apropiada para el correcto
seguimiento de la compleja historia de Moore. Dicen que los mejores
porteros de fútbol son aquellos que pasan completamente desapercibidos y
mantienen su portería a cero; este símil aplicable al dibujante también
se hace extensible al colorista John Higgins, que abundando en la
propuesta de Gibbons aporta una sencilla paleta de colores planos y
efectivos, sin estridencias que desvíen la atención de lo que realmente
importa.
En lo referente a su adaptación cinematográfica, Watchmen es
la excepción que confirma la regla. Todos los trabajos anteriores de
Moore llevados a la gran pantalla son una soberana mierda (sí amiguitos,
V de Vendetta incluida) que no hacen en absoluto justicia
a las creaciones del estrafalario escritor británico, y como el gato
escaldado al agua teme desistió tiempo atrás de aparecer ni por asomo en
ningún título de crédito. Pero algo cambió con Watchmen.
La enorme repercusión e influencia de la novela gráfica hicieron que el
director se tomara muy en serio su trabajo so pena de ser corrido a
gorrazos por una desbocada horda de fans de los vigilantes. Zack Snyder
tampoco apostó por las virguerías y se limitó a reclutar un elenco de
buenos actores físicamente clónicos a sus homónimos en papel y a
reproducir prácticamente fotograma a fotograma las viñetas del cómic, el
mejor storyboard del que podía disponer.
Aun así debe tenerse en cuenta que la extensión de la historia hace
imposible reproducir en el metraje todas y cada una de las magníficas
subtramas argumentales expuestas como puedan ser la del psiquiatra de
Rorschach, la del quiosquero y el lector de cómics de su puesto, o los
mencionados Relatos del navío negro leídos por este último que
discurren paralelos al cauce central. En cambio, Snyder se las arregla
para desarrollar la farragosa historia de la primera formación de los Minutemen en unos maravillosos títulos de crédito iniciales, los mejores que yo haya visto jamás en una película. Bajo los acordes de The Times They Are a-changing
de Bob Dylan, el director explica en pocos minutos el ascenso y caída
en desgracia de los superhéroes primigenios en una secuencia plagada de
referentes culturales norteamericanos del siglo XX, incluyendo su propia
versión del tiroteo a Kennedy por el consabido segundo tirador apostado
tras la valla en una escena que pone los pelos de punta.
La calidad de la materia prima inicial hizo posible el resto, y la
película es muy respetuosa en todo momento con los diálogos originales,
sin desvaríos ni experimentos forzados que empañen la historia,
consiguiendo de este modo el que yo tengo considerado como mejor
largometraje que adapta un guión de cómic. La aseveración es arriesgada,
pero oye, recordad lo que digo siempre de las opiniones y los culos…
El trabajo más relevante hasta la fecha (con permiso de From Hell)
de Alan Moore, el mejor escritor de la historia del cómic, es un
soberbio y lúcido ejercicio de ficción distópica, consecuente y
coherente con el distorsionado marco histórico creado ex profeso para la
ocasión, pero que tiene un poso de realidad sociocultural y política
fácilmente reconocible por todos. Y todo protagonizado por unos tipos
enfundados en mallas de colores. Una genialidad absoluta se mire por
donde se mire.
Lluís Ferrer Ferrer
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