De indios sin vaqueros
Nueva Inglaterra, costa noreste americana, principios del siglo XVII.
En medio de una precaria paz entre la comunidad indígena y los colonos
recién llegados al Nuevo Mundo, dos jóvenes indios raptan y violan a una
joven blanca en la playa, desestabilizando el ya de por sí difícil
equilibrio de convivencia. La muchacha es vengada in situ por
un colono testigo del ataque, Abner Lewis. Es entonces cuando las tribus
locales se alían para cobrarse revancha asaltando New Canaan, la
enfermiza población ultra puritana y fortificada dirigida por el
reverendo fundamentalista Pilgrim Black, personaje obsesionado con el
sexo y el pecado. Es aquí donde también conoceremos a Abigail, pecadora
desfigurada con la “L” de Lilith grabada a fuego en su mejilla por haber
concebido un hijo ilegitimo.
Milo se encarga del apartado gráfico, que desde mi punto de vista supera aquí con creces otros trabajos clásicos de su autoría como puedan ser El Clic o H.P. y Giuseppe Bergman. Buena prueba de ello son las primeras páginas del cómic, en las que solo aparecen un par de escuetos bocadillos de texto en la num. 9. El resto de las trece primeras aparecen huérfanas de palabras, ni de apoyo ni de dialogo; pero no de trama ni de historia, no señor, eso si que no. El inicio de la obra es un autentico tour de force narrativo con todas sus consecuencias, donde Manara recrea en toda su extensión la máxima acuñada por Will Eisner cuando redefinió al cómic elevándolo a la categoría de arte secuencial. La historia se muestra ante nuestros ojos de forma descarnada y diáfana, sin dar lugar a confusión alguna, apoyada en una estructura con sentido del ritmo vibrante, preciso, y muy pocas veces visto hasta la época en los habitualmente acartonados álbumes europeos.
Es bien sabido por todos los aficionados al género que nadie dibuja mujeres como Manara, pero eso no es lo único de lo que disfrutaremos en el aspecto visual de este trabajo. Yo no he visto jamás en otra parte mejores indios que los de este tebeo. Nada que ver con anquilosados personajes secundarios de westerns pretenciosos de medio pelo, en los que permanecen estáticos entre insalubres nebulosas de pipas de la paz, o permanentemente cabreados mientras cabalgan a pelo a lomos de sus mustang (el caballo, no el coche) Los indios aquí mostrados son realistas hasta el extremo, tal y como debían serlo antes de que apareciéramos nosotros para inculcarles todas nuestras patrañas, miedos y prejuicios amparados en la moralina judeocristiana de turno; y se les ve alegres mientras nadan, brincan, bromean, cortan cabelleras, pescan, cazan, o luchan cuerpo a cuerpo. A destacar el extenso portafolio de la introducción donde se les muestra desarrollando estas actividades, acompañando al falso “prólogo” de James Fenimore Cooper (en realidad atribuible a Pratt); un plus muy inusual muy de agradecer a ilustrador y guionista.
Verano indio es una de esas raras ocasiones en las que el resultado final es muy superior a la suma de las partes, es decir, a la colaboración de los enormes talentos que la concibieron en primer término. Y eso que este tipo de blockbusters anunciados a bombo y platillo suelen acabar en fiasco pero, afortunadamente, este no es el caso que nos ocupa.
Lluís Ferrer Ferrer
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