SON GOKU vs CRISTAL
Dragon Ball es otro claro ejemplo de mangas que han saltado al anime
televisivo con un éxito rotundo, como otros que ya hemos visto en esta
misma sección. Lo cierto es que me ha costado decidirme entre este
trabajo de Akira Toriyama (Japón, 1955) y su digno predecesor de culto,
el Dr. Slump, pero implicaciones personales que explicaré
más adelante han podido a la hora de posicionarme del lado de Son Goku
(siempre habrá tiempo para reseñar al Dr. Slump, palabra de simpatizante otaku)
El cómic original fue publicado en primera instancia en la revista semanal Weekly Shonen Jump desde 1984 a 1995 y recopilado en dos formatos diferentes, el primero en 42 volúmenes con un total de 519 capítulos, y una segunda edición especial con un final diferente publicada en 2004 a lo largo de 34 tomos. Es precisamente esta edición de la que servidor dispone en casa, y que ha sido una de las mejores inversiones jamás realizadas, ya que mis dos hijos mayores, Jordi y Adam, deben haberla releido enterita de arriba abajo docenas (y no exagero) de veces cada uno, y aun siguen sacándome de quicio cuando los encuetro tirados por todas partes, fuera de sus estanterias destinadas a tal efecto y huérfanos del pertinente envoltorio plástico para su conservación óptima.
El primero de esos recopilatorios que incluía Dragon Ball y Dragon Ball Z fue adaptado a la televisión dando lugar al celebérrimo anime que todos conocemos. Otra cosa es Dragon Ball GT, una suerte de invento exclusivo para la pequeña pantalla que arranca al final de las sagas originales y que por lo tanto no se basa en ninguna de las andanzas de los personajes del manga en papel.
En la primera parte, Son Goku se nos presenta como un niño inocentón, con cola y una fuerza sobrehumana que en compañía de Bulma iniciará la busqueda de las siete “bolas de dragón” que les permitirían invocar al dragón Shenron con intención de pedirle cualquier deseo imaginable. Las divertidas aventuras transcurren en un ambiente fantástico plagado de personajes secundarios de auténtico lujo, como cerdos embutidos en uniformes militares de la China comunista, amígos íntimos sin nariz, viejos verdes con gafas de sol y caparazón de tortuga a las espaldas o demonios vestidos como Lawrence de Arabia.
En Dragon Ball Z todos los protagonistas adquieren un nivel muy superior de fuerza, y se desvelan los orígenes del poder de un Son Goku ya casado con Milk y padre de un hijo llamado Son Gohan. El anime televisivo basado en Dragon Ball se estrenó en Japón en 1986 y duró hasta 1989 con un total de 153 episiodios. Ese mismo año empezó también la emisión de Dragon Ball Z que se extendió a lo largo de otros tantos 291 episodios que abarcaron la totalidad de su homónimo en papel hasta su finalización en 1996. El desembarco de la serie en nuestro país se produjo el 15 de febrero de 1989 en el canal autonómico TV3, donde estrenada con título de Bola de Drac cosechó un éxito tan descomunal como inesperado. La trama es larga, extensa y conocida por todos, así que obviaremos incidir más en ella de lo apuntado en estas notas básicas para dar paso a los motivos reales de mi elección de esta semana. (Por respeto a mis hijos y al resto de la Humanidad, también obviaremos expresamente cualquier mención al truñ…perdón, a la “pelicula” que adapta las andanzas de los personajes)
Discurría el año de gracia de nuestro señor de 1990 cuando este, que no es otro que un indigno servidor de todos ustedes, se encontraba realizando el servicio militar en uno de los múltiples destinos durante mi estancia en la gloriosa Armada Ehpañola, coño!; concretamente, en el destacamento naval del puerto de Sóller, al norte de Mallorca, una base otrora encargada del ensamblaje y montaje de torpedos en submarinos de la Armada (Ehpañola, coño!) y que en la actualidad creo que está desmantelada.

Las opciones y ratos de ocio eran escasos, y la minúscula “sala” de televisión consistía en un reducido espacio de apenas 4×3 en el conseguimos encajar a presión un sofa de tres plazas para los veteranos en la pared del fondo. En la opuesta, un televisor de no más de 18 pulgadas sin mando a distancia ridículamente colgado de un techo altísimo. Las sillas se sacaban para dar cabida a mas gente, aunque fuera de pie, al menos durante dos momentos clave en días laborables, a saber, la emisión de la telenovela venezolana Cristal, y el pase de los capitulos de Bola de Drac.
Estamos hablando de dos grupos claramente diferenciados; los que veían un programa eran vetados durante el otro, básicamente por una simple cuestión de espacio físico, pero también por un rasgo distintivo de clases, una suerte de enconada rivalidad tribal que hacía del clan opuesto objetivo de todo tipo de chanzas y burlas cuanto más ofensivas mejor. Las semanas durante las cuales los luchadores se exhibían en torneos en los que se repartían hostias como panes resultaban apoteósicas, y la cantidad de gente empotrada, ya fuera sentada o de pie, en el minúsculo cuchitril era digna de Guinness.
Yo siempre fui de los de Son Goku cuando merecía realmente la pena, o sea, cuando era pequeño y aun tenía cola. No negaré que tuvo su gracia verlo de adulto, pero con el último capítulo de la primera temporada tuve más que suficiente. Bola de Drac Z no me aportó nada nuevo ni original (ni el manga, ni el anime), y mucho menos el bodrio infumable Bola de Drac GT.
Los meses, los puertos y los diferentes destinos fueron pasando, y hasta muchos años más tarde no pude disfrutar de la totalidad de la saga, en ambos formatos, en la comodidad de mi casa, con un sofá entero para mi solito y con una pantalla de semejante cantidad de pulgadas que roza la indecencia…y a pesar de todo, sigo recordando con cariño la primera vez en que, apretujado como sardina en lata, quedé embobado ante el grito de: KAMEKAMEAAAAAAAAAAAHHHHHH!!!!!!!!
Lluís Ferrer Ferrer
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